jueves, 4 de agosto de 2016

2006: Capítulo VIII


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Capítulo VIII: Gente de barrio



Un barrio en silencio acobija a Lucas en la siesta del 29 de marzo de 2006. Afuera San Juan está en pausa, amodorrado también, sumido en los vapores de la costumbre sagrada e inquebrantable que en otras latitudes no comprenderán jamás. Él duerme y afuera alguien escucha música en un auto, un colectivo sale en segunda de una esquina y lejanamente una torcaza se hace notar. Pero nada más.


Música para ambientar:




                Es la siesta en este San Juan repetido pero igual al original, copia exacta pero algo modificada y que sólo una persona puede percibir. Las nubes, el aire y su aroma; los holas y los adioses, los sí quiero y los tenemos que hablar… todo el mundo vuelve a girar pero nadie lo sabe.  Lucas reposa hundido por el peso de alguien que ha madrugado y ha almorzado pasadas las dos; que ha levantado la mesa y ha querido revisar un WhatsApp todavía no inventado. Está en otro tiempo, cambiando ínfimamente (pero cambiando) el continuo fluir espacio-temporal; está alterando las conexiones, causas, efectos y relaciones que tiene con sus amigos, conocidos, parientes y de cualquier persona, objeto o animal que se cruce con él. Está haciendo del 2015 donde aterrizará una incógnita… pero a la siesta la duerme igual.
                “loco vnit a lo dl rulo”, dice el mensaje que prende la pantalla del C115 al ingresar en el buzón de entrada. En la oscuridad del cuarto y la quietud provincial sólo importa descansar. Dos bramidos cortos acompañan al ringtone. Un suspiro profundo y media vuelta en la cama son la respuesta al ruido. Nada más pasará en esa habitación hasta casi una hora después.
                “luks dnd stas tns q vnir al rulo q tdo c fue al krajo. Rsp lco”. Jeroglíficos modernos que ingresan al Motorola. 
“vas a vnir? estams ak todavia”. El segundo bramido corto saca de su sueño a Lucas. Son las cinco y veintiuno de la tarde del 29 de marzo de 2006, y asumiendo que puede despertar en cualquier época, esta vez manotea la mesa de luz o debajo de la almohada para encontrar su celular. Sus dedos acarician la forma suave y circular del teléfono en el filo de la cama. “Sigo en el 2006”, se dice. La siesta no parece oficiar de portal temporal.
                Menú asterisco. Tres mensajes nuevos. Buzón de entrada. Tres sobres cerrados y otros tantos abiertos. “vas a vnir? estams ak todavia”, “luks dnd stas tns q vnir al rulo q tdo c fue al krajo. Rsp lco” y “loco vnit a lo dl rulo”. En el silencio de la casa los botones y el bostezo de Lucas son lo único que se escucha. Taca… taca taca; taca taca taca taca… taca taca. “Ya voy, meriendo algo y les caigo. Pasó algo grave che?? Estaba durmiendo jaja perdón”. Enviar. “¿Enviar dos mensajes? Sí. No”, pregunta el inocente C115 y Lucas responde “sí” en su ansiedad. “¡Qué hijo de put*! ¡Me comió dos mensajes por no sacarle los acentos!”, reprochó al aire. Esto no es WhatsApp, Lucas. Ya deberías saberlo.
                En la cocina, el sol entra por la ventana que da al oeste. El olor a pan tostado se percibe desde el pasillo y el movimiento vehicular contrasta con el que había media hora atrás. Los barrios sanjuaninos han despertado y Lucas se acicala mientras de fondo la pava chirrea y el televisor, la radio y la computadora aclimatan la casa luego del largo silencio siestero. Noelia es un problema que está a 9 años de distancia y este adolescente disfruta de su energía renovada: baila y se cepilla los dientes al ritmo de Vuela, de La Fiesta, canción que hace casi 8 años que no escucha y que, a pesar de no pertenecer a un género de su agrado, le imprime una alegría olvidada y resalta recuerdos perdidos. Por su cabeza se cruzan escenas que habían quedado tapadas por el tiempo acompañadas de sensaciones nostálgicas y nebulosas, como aquella vez que Gema ordenaba la casa y casi no se podía hablar de lo fuerte que tenía la música: él le había querido preguntar algo (el tiempo se encargó de borrar qué era, pero en aquel momento, cree, era importante) y, como no lo escuchaba, tuvo que acercarse a tocarle el hombro. Este tipo de recuerdos intrascendentes abordaban a Lucas a cada rato. Le parecía extraño cómo funcionaba su mente, trayéndole esa clase de escenas tan frescas pero negándole otros datos más útiles o importantes. Ningún recuerdo le servía para comprobar que venía del 2015, como tampoco se le presentaban con la certeza de haber sucedido en el 2006. De hecho, la escena de la música fuerte sucedió un año antes.
                “dale loco t estams esprando”, lee cuando termina de cerrar con llave la puerta, masticando el último trozo de pan tostado. A un par de cuadras, sentados en la puerta de la casa del Rulo, sus amigos del barrio reviven un hecho fresco que al intruso temporal le va a resultar muy conocido, pero también lejano: la pelea que tuvo Gonzalito con “los giles del Barrio Córdoba”.
Originalmente él fue uno de los primeros en enterarse, puesto que luego de almorzar no sólo no había limpiado la mesa y los platos, sino que tampoco había dormido siesta: con el estómago lleno de supremas caminó las 5 cuadras que lo separaban de la casa del Rulo y allí se encontró con un golpeado Gonzalito. Tampoco le mandaron los mensajes ni lo estuvieron esperando hasta casi las seis de la tarde, por lo que la historia ya había sido modificada. Pero a eso él todavía lo ignoraba.

-     … pero está todo re mal, loco. El gil ese me cayó de la nada bolaceando y mandándose cualquiera… ¡Lucas! Chabón, te estábamos esperando, loco. No sabés la que pasó… –lo recibió Gonzalito. Algo en la cabeza de Lucas hizo ruido.
-          Gente, ¿qué onda? –saludó el recién llegado alargando la “e” de “gente”.
-          Todo mal, loco –le respondió Rulo-. Hay bardo con unos giles.
-          ¿Si? ¿Qué onda? ¿Con quiénes…? –Y el tono de interrogación trocó al final en uno de complicidad y disimulo. “¡La pelea con los giles del Córdoba! ¡Ya me acordé! Tremendo bardo tuvimos…”, se dijo Lucas.
-          ¡Con unos giles del Córdoba! Todo venía mal desde el sábado, pero esta mañana me crucé con unos y se armó manso bardo…
-          Los vamos a ir a buscar –acotó Germán, también del barrio. El grupo aprobó la idea ante la mirada anonadada de Lucas-. Yo conozco a uno.
-          Sí, de una –dijo Gonzalito apoyando la botella de gaseosa en el piso. Y Secándose la boca, agregó: Estos giles no la van a sacar de arriba. Vienen, te secan la mente y te quieren apurar porque andás solo…
-          Son cagones, vieja –lo interrumpió el Rulo- te vieron solo y por eso te agarraron. Vamos a ver si es cierto que se la bancan…
-          ¿Pero cómo fue todo? –preguntó Lucas- No me acuerd… no me enteré de nada…
-          El sábado, loco, en el cumple de la Eve Plaza –comenzó a explicar Gonzalito- estábamos lo más bien haciendo la nuestra, ¿viste? Bailábamos y chamuyábamos tranquilos…
-          Pero no nos daban bola –el grupo festejó la intromisión del Rulo.
-          …hasta que pusieron rock. Todos saltamos y armamos un pogo. Todo estaba bien. Nosotros sabíamos que se habían colado un par del Córdoba pero estaba todo bien. Los bardos de la cancha son de la cancha, qué sé yo. No pasaba naranja tampoco: ellos hacían la suya. Pero de la nada los locos empezaron a saltar y a cantar canciones de Sportivo. Se las mandaron…
-      Unos giles… -agregó Germán.
-      Sí, cualquiera. Nosotros empezamos a cantar también, no nos vamos a quedar callados… Estábamos en eso, viste, y pusieron Callejeros y después Los Redondos. Todo venía bien. Pero un gil de ellos empezó a boquear, a dedicar las canciones, nada que ver, loco. Agitaba desde el rincón… y ya se la devolvimos, también. En medio del pogo los salames iban fuerte, de atrás; pegaban codazos. El Rulo se le plantó a uno pero todo quedó ahí –Rulo asintió orgulloso-. Seguimos saltando, ¿viste? Saltando, cantando; los locos agitaban en grupo y bolaceaban. De afuera entraron unos cantando, de Alianza, pero bien. Cuando pusieron Ji ji ji me empuja uno, viste; no los de Alianza, sino los tirapiedras, y le digo “¿Cuál te mandás, loco?”, y me dice “Partí, verdigato”. ¡Para qué...!
-          Qué rata los culiad*s… –dijo con bronca el Rulo.
-          Le dije “¿Qué te pasa, gil?” y otra volada más pero cayeron otros y me empujaron. Eran como quince y nosotros no llegábamos a seis. Pero nos plantamos.
-          Ahí es cuando el Pelo les dijo que fuéramos a la calle –agregó Germán.
-          Ajá -aprobó Gonzalito- pero los giles nos seguían bolaceando y vinieron los familiares de la chaboncita y nos pidieron que no hiciéramos quilombo.
-          Después de eso los giles salieron al patio y quedó en nada –aclaró Rulo-. Eran como 20 pero algunos eran unos guachos. Nosotros seguimos con la nuestra. Cuando terminó el 15 se habían ido.
-          Unos cagones… -acotó Gonzalito.
-          ¿Ya había bronca desde antes, no? –preguntó Lucas-. De cuando nos los cruzamos en la CTI… -“¿O eso fue después?”, pensó medio aturdido y con el temor de haber metido la pata.
-          No –le respondió en seco Gonzalito-. No habíamos tenido bardo con estos antes. ¿De qué cosa hablás? ¿De la CTI?

El conflicto con el barrio Córdoba se inició como lo habían relatado Gonzalito y el Rulo. La siguiente escaramuza fue la que había ocurrido por la mañana y era por lo que estaban reunidos. El incidente en las canchas de fútbol que menciona Lucas no sucedería sino hasta la semana siguiente, por lo que ninguno de sus amigos sabía algo al respecto todavía. “Me acuerdo de las cosas pero se me mezclan. Sé que tuvimos bardo con esta gente pero no me acuerdo cuál es primero y cuál viene después”, pensaba mientras Gonzalito proseguía con la historia:

-          Esta mañana yo me fui a la Normal a ver a unas pibas. Estábamos lo más bien tomando una coca cuando veo a tres locos que me miraban. A uno le saqué la ficha de entrada: era uno de los del cumpleaños, loco. Yo te veo y no me olvido más de tu cara, ¿me entendés? Y menos si hemos tenido bardo –Lucas asintió, ya conocía esa frase. Gonzalito la repetía siempre.
-          Los otros dos también son del Córdoba –explicó el Rulo-. Van a la Normal.
-          Bueno, la cosa es que estos giles me miraban y me miraban. En una de esas se acerca uno y me agita. Yo no me comí ni media. Me dijo que me fuera de la plaza, que yo no tenía nada que hacer ahí, que pum, que pam… un salame. Las pibitas me dijeron que nos fuéramos, que estaba todo bien. Pero yo no estoy ni ahí con esa, ¿me entendés? –todos asintieron-. ¿Vos qué hubieras hecho, loco? –le preguntó retóricamente a Lucas, quien sin pensarlo se hubiese marchado. El Lucas del 2006 se hubiese quedado. Él no. Gonzalito prosiguió luego de una pausa: Me le planté, obvio. ¿Quién es este gil para correrme? Así que le dije “¿Vos me vas a correr?”. El loco me dijo: “Sí, yo te voy a correr de aquí y de donde te vea”…
-          Qué se hace… -ninguneó Germán al oponente.
-          Ahí el gil me largó una mano re traicionera. Me la pegó cerca del ojo –dijo Gonzalito señalándose- y se la devolví, encarnizado. Estuvo interesante el ratito, no lo voy a negar –todo se rieron- pero ahí nomás me cayeron los asustados de los amigos y me patotearon…
-          ¡Qué cagones hijos de puta! –exclamó el Rulo pateando una piedra.
-          Se mandaron cualquiera. Me tiraron y me patearon, loco. Giles culiad*s…
-          No importa, hermano –dijo Germán en tono de venganza- ahora les vamos a caer para ver si de verdad son tan hombres. Yo conozco a uno, anda de novio con una minita de acá cerca. Ese es piola pero se junta con esos gatos cerca de las vías del tren. Pasemos a buscar al Pelo y al primo y les caigamos.

El primer 29 de marzo de 2006 Lucas y sus amigos del barrio caminaron desde la casa del Rulo hasta el Barrio Córdoba. Salieron cerca de las cinco de la tarde y volvieron pasadas las diez. Su búsqueda fue infructuosa pero sirvió para demostrarse que, aunque no fuesen personas conflictivas, hacían valer su barrio y, por sobre todo, sus colores. Esa vez las palabras y frases que más pronunció Lucas en el camino de ida, durante la búsqueda, en la espera y también en la vuelta tuvieron que ver con conceptos como el honor, el aguante y el sentido de pertenencia: “coparlos”, “bancar la parada”, “demostrar que no somos giles como ellos”, “plantarse”, etc. Fue, junto con Gonzalito, quienes más entusiasmados estaban con la idea de encontrar a los agresores y saldar la deuda. Se arengaban mutuamente y caminaron sin medir las consecuencias que hubiese podido tener un encuentro con cualquiera de estas personas que ya habían demostrado su belicosidad. En años posteriores, en asados y juntadas, cuando contaban la anécdota, a todos les quedada la sensación de haber hecho algo estúpidamente peligroso, innecesario. ¿Ir varios kilómetros en busca de un grupo “enemigo”, del que sólo conocían de vista a un par de integrantes, para pelear? Algo muy inconsciente. Nada de eso les importó aquel 2006. Pero esta vez la historia sería distinta:

-          ¿Están seguros de querer ir? –los interrogó Lucas-. No sabemos ni dónde paran estos locos…
-          En la vía del tren, por la Meglioli… -respondió Germán antes de tomar gaseosa.
-          Ya sé, eso decís vos; ¿pero qué sabemos de ellos? O sea: vamos a ir a buscar a unos tipos –“tipos”- a su propio barrio, siendo cuatro… seis si buscamos al Pelo y su primo, les vamos a recriminar un bardo en un 15 y una pelea esta mañana…
-          Cómo se nota que no fue a vos al que le pegaron –le dijo Gonzalito, indignado.
-          No lo digo por eso, pero creo que es un poco apresurado –“apresurado”- ir a buscarlos ahora… ¿Y si nos encontramos con parte de la banda y no los reconocemos pero ellos a nosotros sí?
-          No seas cagón, Lucas. Si pasa eso nos paramos de manos…
-          Sí, no seas cagón.
-          No sé –dijo Lucas haciendo caso omiso a la provocación.
-          Vamos a buscar al Pelo y al primo. Mandale un mensaje, Rulo –dijo Gonzalito.
-          No tengo crédito, loco.
-          No seas mentiroso, si le cargaste diez pesos anoche…
-          Sí, pero ya me los gasté. Me estuve mandando mensajes con una minita. La piba que conocí el sábado…
-          Bueno, ya fue. Les caigamos igual.
-          Yo no voy –dijo Lucas.
-          ¿¡Cómo que no vas!? ¿¡Te hemos estado esperando toda la tarde y venís a cagarte así!? –reprochó el Rulo.
-          No me cago, loco. Pero no me parece que tengamos que ir así. No es prudente –“prudente”- ir a buscar a esos tipos a su propio barrio. ¿O acaso si ellos caen buscando bardo acá no van a salir tus hermanos y el resto de los pibes a defendernos? Lo mismo va a pasar allá. Yo no voy.
-          Dale, ¡no seas cagón, Lucas!
-          No, no voy a ir. Vayan ustedes…

Nuevamente Lucas había cambiado la concatenación de los hechos. Si bien el encuentro en las canchas CTI era inevitable –salvo que el partido entre sus compañeros de la escuela y los amigos de su barrio se cancelara, y también se cancelara el partido que los del barrio Córdoba tenían contra los del CESAP- esta decisión sí cambiaba rotundamente las vidas de sus amigos y la suya. Era muy probable que no pasara nada si iban otra vez, como la primera vez. Pero al no ir, la historia se modificó bastante.
Para empezar, el Pelo y su primo no estaban en su casa. A eso de las cinco y media se habían ido al centro a comprar un celular. En el 2006 original ese era su plan también, pero al recibir la visita de Lucas y el resto de la banda barrial a las cinco menos cuarto, decidieron posponerlo y acompañarlos en la movilización de tropas. El Rulo, por su parte, al verse en inferioridad numérica ante la ausencia del Pela, decidió volver a su casa. Allí discutiría con su madre por una nimiedad y ésta no le daría los doscientos pesos que le pidió durante el almuerzo para comprar la camiseta de Argentina. Demás está decir que tal discusión no existió originalmente. Gracias a ello el Rulo no podrá lucir su celeste y blanca en varias fotos; ahora será otra la vestimenta.
A Gonzalito mucho no le afectó la modificación del plan: se fue a su casa, cenó y se durmió cerca de las once. A quienes sí les cambió mucho la vida el no haber ido al barrio Córdoba fueron Germán y Lucas. Al primero se le cayó la billetera a dos cuadras de su casa y perdió el correo de quien más tarde sería su novia. Al agujero en el bolsillo lo descubrió, en el año original, cuando fue a pagar una gaseosa en Libertador y Meglioli, esquina a la que no llegó en este 2006. Ahora, no descubrió el orificio traicionero, su billetera cayó y no agregó a Sole, a quien nunca más vio. En la primera línea de tiempo fueron novios hasta el 2010.
Lucas, por su parte, caminó de vuelta reprochándose una y otra vez no haber seguido las reglas que él mismo se había impuesto: se dejó llevar por su razonamiento y no actuó como alguien de 15 años y ahora había cambiado las cosas. Cuando llegó a su casa, a las siete menos diez de la tarde (y no a las once y cuarto de la noche, como la primera vez), se encontró con su madre y con su hermana. Se estaban preparando para salir, y Lucas decidió acompañarlas. “Yo voy con ustedes”, les dijo, sin saber –mejor dicho, sin recordar- a dónde iban. Su mamá, que no esperaba que él las acompañara, se extrañó del repentino cambio en los planes de su hijo, pero aceptó que fuese con ellas. “Tu hermano quiere venir, qué raro. Debe haber cambiado de opinión… anoche no estaba interesado en ir”, le dijo a Gema, y ésta hizo una seña de resignación con los hombros.
Viajar en el tiempo puede ocasionar muchos problemas, pero también brinda nuevas oportunidades: en el auto, con el cinturón puesto, Lucas le preguntó a su madre a dónde iban. A lo que ella respondió: “A la casa de tu abuelo, a cenar. ¿Qué, no te acordás?”.

Algo golpeó con fuerza el pecho de Lucas. Le comenzó a faltar el aire y sintió que su cabeza le pesaba. Miró para el costado para que no vieran sus ojos llenos de lágrimas y oprimió sus manos para evitar que temblaran: volvería a ver a su abuelo, quien murió en el 2009.

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