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Se hizo rogar, pero acá está:
Capítulo VI: Ajo y agua
Es de noche en San Juan y la avenida de Circunvalación se extiende a
los pies de Lucas, que la mira desde uno de los puentes. Tiene le vista nublada,
mira pero no ve. Quizás sea por las lágrimas que se acumulan sin caer, o quizás
por su estadio de desconexión con el mundo; probablemente sea por ambas
razones, pero a eso Lucas no lo sabe. Ciertamente desconoce todo lo que lo
rodea, todo lo que hizo, lo que no hizo y, sobre todo, lo que hará.
Debajo de él cruzan burbujas difusas de luz, algunas más rápido que
otras. Pasan y pasan, interminables, eternas. Todo está en silencio. La brisa
lo despeina un poco pero no le importa. Toca la pantalla y vuelve a llamarla.
“Llamando a Mi amor :)”. Espera, pero no pasa nada: nuevamente el buzón
de voz. Un camión pasa detrás y el aire lo sacude bruscamente, sacándolo de sus
pensamientos. Levanta la mirada y parpadea, vuelve a oír, vuelve a ver. Ahí
está la Circunvalación, ahí están las burbujas difusas que cruzan el puente. De
pronto todo es claridad: las lágrimas han comenzado a caer.
Música para ambientar:
“Llamando
a Mi amor :)”. Lucas insiste e insiste con Noelia; no se cansa de llamarla a
pesar de las negativas del contestador automático. Al lado de su nombre de contacto
aparece un paréntesis con un 65 dentro. Es la cantidad de veces que la ha
llamado desde que salió de su casa, casi a las cinco de la tarde. La batería
está a punto de acabarse pero eso no importa, está decidido a dar con ella
aunque eso implique esperarla en la puerta de su casa.
“Aunque
no sé, es medio obsesivo. Qué va a pensar el padre o la madre si me ven
estacionado ahí, como si estuviera vigilándola. Tampoco quiero entrar, no sé si
ella les habrá dicho algo o no; además va a ser un momento súper incómodo: yo
ahí, hablando de no sé qué cosas, esperando y poniéndome en evidencia. La puta
madre, ¡no sé nada! ¿Qué hice ayer?”, piensa Lucas apoyado en el puente de la
autopista. Intenta hacer memoria, hilvanar recuerdos aunque estén aislados
entre sí pero no logra recordar bien qué sucedió la noche anterior.
En
realidad sí lo sabe. Recuerda perfectamente “la noche anterior”, pero la del
2006. Ahí está él chateando con Lucía y elucubrando juntadas de plaza en un
tiempo que ya quedó atrás. De “la noche anterior” del 2015 no tiene recuerdos
frescos, sino como si hubiesen sucedido hace mucho tiempo. Eso es lo que más lo
perturba: tiene una idea lejana, vaga, endeble, de lo que sucedió. Los hechos
del 23 de marzo de 2015 a la noche se le presentan antiguos, borrosos y
entrecortados, como si hubiesen sucedido hace años y no horas. Se recuerda
tomando con sus amigos de la secundaria en una plaza, y después bailando en su
casa; nada de besar mujeres ni de despilfarrar el sueldo. Sí sabe (porque esas
cosas se saben) que estuvo ebrio, muy
ebrio, pero él se conoce en ese estado y sabe que no es capaz de hacer semejantes
cosas.
Una burbuja de luz cruza muy
rápido y el choque sonoro contra el puente distrae a Lucas de sus intentos por
recordar. “¿Cómo puede ser que tenga esta mezcla de sensaciones temporales?
¿Tendré que hacerme ver por un médico, como me aconsejaron mis amigos en el
2006? ¿Realmente estuve en el 2006 ayer, para empezar?”, comienza a dudar. Pero
todo es tan claro, tan real. Ayer en el año de Riquelme y Cruz; hoy, en el de
Messi y Agüero.
“Llamando
a Mi amor :)”. Insiste por sexagésima sexta vez, y el porcentaje de batería
baja rápidamente. Sus opciones por esa noche comienzan a terminarse y no ve
otra salida que ir a esperarla en su casa (a riesgo de quedar, evidentemente,
muy sospechoso ante sus padres y vecinos) o volver a llamar a las amigas. No
quiere que pase un minuto más sin reconciliarse con Noelia porque sabe,
perfectamente, que no hizo nada de lo que la foto y los comentarios dicen.
Pero, ¿cómo ganarle a Facebook? ¿Cómo explicar su extraño comportamiento y la
desenfrenada fiesta destructiva? Lucas no quiere mentir; odia hacerle eso a
Noelia. Pero en el callejón sin salida en el que se encuentra sólo ve dos
alternativas: una es decirle efectivamente que estuvo de viaje por un día en el
2006 (Lucía no existe en este plan, ley de oro) y que él en el 2015 no era él (“¿Entonces
quién?”, comienza a sospechar).
La otra opción es mentirle lisa y
llanamente.
El
problema con esta última estrategia es que no sabe qué inventar. Hay una foto
(había, porque la borró; aunque Noe y medio Face ya la habían visto) y
comentarios estúpidos de sus amigos riéndose del tropezón infiel y una docena
de etiquetas de las amigas que oficiaron como testigos 2.0. “La opción de la
mentira me deja soltero, no hay forma de inventarle algo con semejantes
pruebas, no me va a creer”, se repite Lucas, asumiendo que decirle que había
viajado en el tiempo era algo perfectamente creíble.
“Batería
baja, conecte el cargador”. Lucas suspira impotente, se muerde el labio y le da
vueltas y vueltas a su memoria. Pero nada… recuerdos viejos de algo que había
pasado hacía unas horas. Increíble. Se agarra la cabeza y se enfurece consigo
mismo, con su suerte, con el 2006 y con todo lo que le está pasando. Se indigna
con Noelia y su actitud infantil de no atender las llamadas. Se enoja con el
mundo, con la Circunvalación, con la batería del teléfono y con las, como él
les dice, “pelotudas de las amigas” de su novia.
De
pronto, y cortando sus pensamientos, el teléfono suena. Lucas queda paralizado
por unos instantes viendo que, por fin, Noe decidió llamarlo. El aparato vibra
y suena en su mano derecha y por pura cábala cierra los ojos antes de mirar la
pantalla: su corazón golpea bruscamente en su pecho y la sangre se le agolpa en
la cabeza. Traga saliva y ordena sus pensamientos, alinea su estrategia, arenga
a sus jugadores para el “¡Hola, mi amor!” de su vida; “Vamos, Lucas, sin miedo
que vos podés” se dice mientras se acomoda erguido sobre el puente, preparado
para triunfar. La Circunvalación se rinde a sus pies y ante la oportunidad de
arreglarlo todo. Hace sonar su cuello y se aclara la garganta. El tiempo corre
más lento. La mano, el cuerpo entero, le tirita nervioso. “Es el momento,
Lucas. Dale”. Abre los ojos y descubre la pantalla para contestar: “Llamada
entrante: Pablo”.
“¡La puta que lo parió al boludo
éste! No te la puedo creer”
-
¡Hola! –contestó Lucas, irritado por el chasco.
-
¡Capo! Apareciste. Alta hard party la de anoche,
¿no? Increíble. Me estuviste llamando, loco, ¿qué onda, pinta salida otra vez?
Mirá que laburamos mañana.
-
No, Pablo; escuchame… anoche yo no era yo. O
sea, era yo pero a la vez no…
-
Ah, bueno… a vos te dura el pedo parece.
-
No, no… mirá, tengo alto quilombo con Noe.
Apareció una foto en…
-
Facebook, ya sé…
-
Sí, bueno, pero la cosa es que yo no hice esas
cosas anoche. Yo estaba en otro lado. Capaz que vos ya no te acordás pero yo
anoche estuve en otro lugar… ¿me entendés? –Lucas le dijo esto último a Pablo
con tono cómplice.
-
No…
-
¿No te acordás? ¿2006? ¡Dale hijo de puta si
ayer estuve con vos tomando una coca!
-
Sí, ayer estuviste conmigo tomando una coca pero
le echábamos fernet, ¿te acordás? Y terminamos todos re en pedo.
-
Pablo, te va a parecer que estoy loco pero te
tenés que acordar, bro, que un día caí a la escuela, hace mucho, diciendo…
-Lucas se sintió invadido por una repentina sensación de vergüenza. Estaba
quedando al descubierto frente a su amigo. Era el mismo que había visto el día
anterior, pero con 9 años más; era una locura- diciendo que venía del futuro (¡por
Dios!, qué boludo me debo escuchar). Decime que te acordás…
-
Te juro que siempre pensé que eso había sido una
joda tuya. Que un día te levantaste y dijiste “Les voy a hacer una joda a los
pibes de la escuela”. Tengo que reconocerte que es un chiste bastante elaborado,
Lucas. Esperaste diez años para volverlo a hacer –al principio Pablo hablaba
serio, pero al final las palabras se le cortaron por una sonora carcajada
seguida de un “qué hijo de puta” casi inentendible.
-
No, Pablo, en serio, escuchame. Todo lo que dije
ese día, sobre que venía del 2015, era de verdad, ¿me entendés? Yo de verdad estuve de nuevo allí, ayer, y
hoy me encuentro con esta locura que no sé cómo pasó.
-
No te lo puedo creer… pensé que te habías
olvidado de esto, viejo. ¡Sos un hijo de puta! –volvió a decirle Pablo, riendo-
¡Esperaste diez años, bah, nueve, para volver a hacernos la joda! ¡Qué pedazo
de hijo de puta! ¡Redondita, re-don-dita te salió!
-
A ver, Pablo, no es ninguna joda… empecemos de
nuevo. ¿Vos te acordás que un día caí a la escuela diciendo que venía del 2015?
-
Sí, cómo olvidarme, hdp, si nos reímos de vos
una semana. Al otro día llegaste diciendo que habías estado en el 2015 y que
era increíble…
-
¿Qué? – Preguntó Lucas, desconcertado.
-
“Increíble”, dijiste que habías estado en el
futuro y que éste era “Increíble” o algo así. Me acuerdo porque repetías mucho esa
palabra. Hablabas de que todo estaba caro y cosas así. Le pegaste en eso, ¿eh?
-
¡Claro que iba a estar en el 2015, si yo era el
del 2015!
-
Sí, no me acuerdo si “eras del 2015” o “habías
estado en el 2015”. ¡Esos chamuyos baratos que nos tiraste...! Me acuerdo
solamente que un día viniste diciendo eso y al otro día también –le dijo Pablo
a Lucas, ya calmado de las risas.
-
¿Al otro día? –“Batería baja, conecte el
cargador”- Bueno, Pablo, mirá… no tengo mucha carga y quiero hablar con Noe
apenas pueda. ¿Dónde estás?
-
En mi casa…
-
Mirá, hagamos algo: voy para allá y tomamos una
gaseosa; no me acuerdo mucho de lo que pasó anoche y quiero que me contés de
qué te acordás, ¿puede ser?
-
Eh, sí… venite.
-
De paso me ayudás con todo este quilombo de Noe.
Te juro que no sé qué hacer…
-
Ajo y agua, hermano… ajo y agua.
“Ajo… derse, y agua…ntarse -completó
Lucas cuando Pablo cortó-. A joderse y aguantarse, ajo y agua; no me queda otra
más que contarle todo a Noe. Y al parecer tratar de convencer al boludo de
Pablo y, por lo visto, al resto también”.
Mucho
más tranquilo luego de la charla telefónica con su amigo y sin sentirse solo ni
aturdido, decidió buscar a Noe al otro día. Le contaría la verdad: que no sabía
cómo ni por qué pero se despertó el lunes en el año 2006, que estuvo nuevamente
con sus excompañeros en la escuela y que pudo vivir otra vez su adolescencia,
con el MSN, los celulares monofónicos y los papelitos en lugar del WhatsApp. Un
mundo en donde tuitear no era algo vital ni las redes sociales eran algo
obligatorio para poder tener amigos. Le contaría de Lucía, qué tanto ni tanto,
si total ya quería dejarlo. Le hablaría de lo lindo que se sentía poder dormir
siesta otra vez y, a riesgo de parecer tacaño, poder comprar una gaseosa con
dos pesos. ¡Estar al pedo! Definitivamente le hablaría de lo feliz que se
sintió de estar sin hacer nada y no sentirse culpable. Pero si había algo que
le contaría (y ésta era su carta ganadora) era lo celoso que se sintió cuando,
en pleno 2006, recordó que ella estaba de novia con otro y que por más que la
amara con toda su alma no pudo ir a buscarla ese día: no se conocían, no habían
compartido tantos momentos hermosos y, bueno, nada, ella amaba a otro (“pequeño
detalle”, le diría).
“¡Listo!
Solucionado –pensó-. No queda otra que dormir y dejar todo para mañana”. Cansado,
hambriento y con un leve dolor de cabeza pero aliviado por saber qué hacer para
remediar su problema con Noelia, Lucas decidió dar por finalizados todos los
intentos e irse a la casa de su amigo. “Nada puedo hacer por hoy, y si algo me
ha enseñado esto de estar de novio, es dejar que las aguas se calmen para poder
solucionar los problemas”, pensó mientras le sacaba la alarma al auto.
“Batería baja, conecte el cargador”, gritó por
segunda vez el teléfono. Lucas se dejó caer en el asiento y éste crujió como
quejándose. Se echó sobre el volante y metió la llave en el tambor del
arranque. Giró la mano y el motor comenzó a ronronear; el estéreo se encendió y
la música fluyó desde todas partes. Lucas recostó la nuca en el apoyacabeza y
puso primera. Suspiró profundamente, cansado. Acomodó el espejo y miró para ver
si venía alguien. Los ojos le ardían de sueño.
Venía un auto. Parpadeó dos veces
y sacó el cambio para poder restregarse los ojos. Soltó lentamente el embrague
y la oscuridad empezó a invadirlo de a poco. Cabeceó una milésima de segundo
(como cuando empezaba a quedarse dormido en el colectivo) pero era muy tarde:
ya no había estéreo, ni auto ni cansancio; y la música provenía de un C115 que
le decía que era hora de ir a la escuela.
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